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La última cena

 

“Que Manuel Durán me haya vuelto a invitar a una cena en su restaurante sólo puede indicar una cosa, o dos, claro. Uno, que nuestra relación de negocios va a ir viento en popa y que al final voy a conseguir que ese contrato que persigo para que mis vinos se habrán hueco en Barcelona sea una realidad”- pensaba Lucía al entrar al restaurante Scorpio del afamado chef. “Lo segundo es que se haya quedado con ganas de más”, dijo refiriéndose a la noche pasada cuando los dos mantuvieron relaciones.

La vida es la vida y la cena empieza de una manera agradable. Los focos de atención de Lucía son 'su' chef, al que dedica varias miradas furtivas y con quien tiene unas palabras sotto voce en un rincón del restaurante antes de sentarse. “El postre te va a encantar, lo he hecho pensando en ti”. Esas palabras resonaban en la cabeza de Lucía durante buena parte de la noche, mientras se perdía en otras conversaciones con los allí presentes. Repara por unos momentos en una chica de la que poco sabe, pero que le llama la atención pues sospecha algo raro de Amadís. “¿Qué hará una chica como ésta en un sitio como éste? Tengo la sensación de que nos mide a todos, que nos está psicoanalizando continuamente”.

Como buena chica de negocios sabe quien es su target, lo pescó el día anterior en ese cóctel perfecto donde el nombre de sus bodegas fue de boca en boca tantas veces. “Dios, estos aperitivos están deliciosos”, piensa mientras oye al fotógrafo, Casimiro Pérez, hablar del último objetivo que se ha comprado, de la necesidad de expresar todo con una fotografía y de cómo tiene pensado sacar el mejor partido a su nuevo proyecto con los vinos de Lucía. Uva, luz, sol de Andalucía, más luz, más… Bla, bla, bla. Se centra ahora en captar la atención de Manuel Durán que se pierde en otras conversaciones con los comensales pero que no la mira, o “sí, me ha mirado”, piensa.

Lo del músico es otra cosa. “El paso por Italia ha hecho que me aficionase a la ópera”, le comenta Lucía. Es el momento de que Luciano Torres diga que sí a su propuesta y de cerrarla. “¿Mes de julio, julio…?”. No hay más que ofrecer viaje pagado, una buena caja con los mejores vinos, llamada oportuna a la prensa y… apretón de manos.

“Dios mío, estos tacones me están matando. Debería haber cogido los rojos, que son un guante. Menos mal que por ahí viene el postre. Huele divinamente…”.

 

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